En torno a este genio del Quattrocento gira uno de los platos fuertes del bicentenario del Prado: «Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia». Comisariada por Carl Brandon Strehlke y patrocinada por la Fundación Amigos del Museo del Prado, esta excepcional muestra reúne, en las salas C y D del edificio Jerónimos y hasta el 15 de septiembre, 82 obras (casi en su totalidad nunca vistas en España), cedidas por 40 prestadores de todo el mundo: Museos Vaticanos, Metropolitan, Uffizi, Hermitage, Louvre, Bargello, Galerías Nacionales de Londres y Washington, Casa de Alba, Colección Thyssen-Bornemisza, Universidades de Oxford y Cambridge... Excepcional e irrepetible, además de por el pedigrí de los prestadores, por otros muchos motivos. En primer lugar, por el gran número de obras de Fra Angelico que se exhiben en sus salas (hasta 40). También, porque le acompañan maestros de la talla de Masaccio, Masolino, Lippi, Uccello, Donatello, Ghiberti, Brunelleschi... Son tesoros extremadamente frágiles y delicados, realizados sobre tabla o en terracota hace seis siglos, y apenas se prestan. Da buena idea de los muchos quilates que hay encerrados en esta muestra el valor de los seguros: la garantía del Estado asciende a casi 300 millones de euros. Además, el Prado tiene entre sus lagunas el Quattrocento italiano, redescubierto en el XIX e imposible de adquirir hoy en el mercado.
La exposición, dedicada a la memoria del que fuera presidente del Patronato del Prado José Pedro Pérez-Llorca, a quien esta tarde se rinde tributo en la pinacoteca, narra la revolución artística en la Florencia de los 20 y 30 del siglo XV, en la que también participó activamente Fra Angelico con su arte visionario. La ciudad era un hervidero de arte, un vibrante laboratorio. Los encargos de arte público se sucedían. Ghiberti creó la maravillosa puerta del paraíso del Baptisterio de San Giovanni. Ganó el concurso, desbancando al mismísimo Brunelleschi, que se ocupó de la cúpula del Duomo, el hospital de los Inocentes, la iglesia de San Lorenzo... Donatello realizaba terracotas para residencias privadas, mientras Masolino pintaba la Capilla Brancacci en la iglesia del Carmine, que culminaría Masaccio. Una capilla, encargo de Felice Brancacci, rico comerciante de sedas, que constituye un hito del arte renacentista. Fue estudiada por Fra Angelico, Verrocchio, Botticelli, Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Perugino, Andrea del Sarto, Pontormo... El Papa Martín V vivió en esa Florencia rica y culta, que florece gracias a la Banca y su industria textil y donde los gremios eran muy poderosos. Mecenas como Palla Strozzi, Cosme y Pedro de Médicis o los Gaddi ayudaron a que todo ese genio y talento se materializaran.
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